miércoles, 2 de noviembre de 2016

Material Unidad I. Importancia del conocimiento sobre el desarrollo humano sustentable

Se conoce como interdisciplinariedad a la cualidad de interdisciplinario (es decir, aquello que se lleva a cabo a partir de la puesta en práctica de varias disciplinas). El término, según se cuenta, fue desarrollado por el sociólogo Louis Wirtz y habría sido oficializado por primera vez en 1937.
Interdisciplinariedad
La interdisciplinariedad supone la existencia de un grupo de disciplinas relacionadas entre sí y con vínculos previamente establecidos, que evitan que se desarrollen acciones de forma aislada, dispersa o segmentada. Se trata de un proceso dinámico que pretende hallar soluciones a diferentes dificultades de investigación.
La importancia de la interdisciplinariedad aparece con el propio desarrollo científico-técnico, que desembocó en el surgimiento de múltiples ramas científicas. Esta dinámica hizo que la necesidad de integrar situaciones y aspectos para generar conocimientos sea cada vez mayor. Pese a que el primero en mencionar este término fue Louis Wirtz (en 1937), recién se postuló una teoría consistente en los ´70. Lo hizo Smirnov, al desarrollar las bases ontológicas y epistemológicas de este concepto. En dicho estudio determinó la importancia que tenía la integración social, y aseguró que para poder comprenderla realmente era necesario establecer una nueva forma de encarar el conocimiento.
Gracias a la interdisciplinariedad, los objetos de estudio son abordados de modo integral y se promueve el desarrollo de nuevos enfoques metodológicos para la resolución de problemas.
En otras palabras, puede decirse que la interdisciplinariedad ofrece un marco metodológico que está basado en la exploración sistemática de fusión de las teorías, instrumentos y fórmulas de relevancia científica relacionadas a distintas disciplinas que surge del abordaje multidimensional de cada fenómeno.
Un ejemplo de una ciencia interdisciplinaria es la oceanografía, que se dedica al análisis de los procedimientos de tipo biológico, físico, geológico y químico que se desarrollan en los océanos y en los mares. Otro ejemplo es la matemática médica, un campo interdisciplinario de la ciencia en el cual la matemática sirven para explicar fenómenos, procedimientos o hechos relacionados a la medicina o a la biología.
De todas maneras, en la actualidad, todas las ciencias persiguen la interdisciplinariedad a la hora de profundizarse y potenciarse. De hecho, se la considera un elemento fundamental si se desea acabar un trabajo creativo e innovador.
Inter, multi y transdisciplinariedad
Algunos autores incluyen dentro de la interdisciplinariedad la multidisciplinariedad y la transdisciplinariedad, otros prefieren elaborar por separado los tres conceptos. Estos últimos, aseguran que consisten en procesos absolutamente diferentes y que para ser comprendidos deben ser analizados de forma aislada. De todas maneras coinciden con los primeros en que todos estos conceptos se asemejan en una cosa, en que son indispensables para el aprendizaje, la práctica holística y el desarrollo de las habilidades.
La multidisciplinariedad se refiere a la búsqueda del conocimiento, al deseo de desarrollar aquellas habilidades que podrían existir pero a las que no se les ha dado importancia. Propone el exhaustivo análisis de una misma cosa a través de diferentes campos para conseguir tener de ella un amplio conocimiento. Por ejemplo un alumno de educación secundaria que va a clases de matemáticas, ciencias y literatura y además practica deportes, obtiene una educación multidisciplinaria.
La interdisciplinariedad se refiere a la habilidad para combinar varias disciplinas, es decir para interconectarlas y ampliar de este modo las ventajas que cada una ofrece. Se refiere no sólo a la aplicación de la teoría en la práctica, sino también a la integración de varios campos en un mismo trabajo. Desde el punto de vista educativo, por ejemplo, se proponen actividades para promover el aprendizaje combinando varias áreas, como la música y la matemáticas, lo cual ayudará a que los alumnos consigan asociar conceptos y obtengan una educación integral y no fragmentada.
Por último, la transdisciplinariedad se refiere al conjunto de prácticas de tipo holísticas que trascienden las normales etiquetas del saber, sin por ello ignorarlas. Se trata de comprender la naturaleza pluralista de las cosas y encarar los conocimientos sin pensar en diferentes disciplinas, sino enfocándose en el objeto de estudio. Analizándolo desde el punto de vista educativo, podemos decir que un objetivo fundamental que deben tener los docentes es conseguir que los alumnos se enfoquen en el objeto de conocimiento, sin menospreciar las diferentes áreas pero sin encarar el estudio desde una óptica centralista, sino abierta e integradora.
Dicho esto, cabe señalar que aún si se analiza los tres conceptos por separado o unidos, todos ellos hacen referencia a la importancia de no centralizar el pensamiento en una ciencia sino integrar a varias ciencias en ese estudio. Algunos sinónimos sobre la idea de interdisciplinariedad pueden ser razón de unidad, relaciones recíprocas, integración de disciplinas científicas, transferencia de métodos desde una a otra ciencia, entre otros muchos.
Cabe aclarar por último que la interdisciplinariedad es fundamental al hablar de desarrollo científico en la actualidad, porque por ejemplo para poder comprender los problemas sociales y proponer soluciones es indispensable la interacción entre aquellas disciplinas afines.

La investigación transdisciplinaria (mucho más reciente, escasa y difícil que las anteriores) va más allá de ellas, y les añade el hecho de que está constituida por una completa integra­ción teoré­tica y práctica. En ella, los participantes transcienden las propias disci­plinas (o las ven sólo como complementarias) logrando crear un nuevo mapa cognitivo común sobre el problema en cuestión, es decir, llegan a com­partir un marco epistémico amplio y una cierta meta-metodología que les sirven para integrar concep­tual­mente las diferentes orientaciones de sus análisis: postulados o principios básicos, perspectivas o enfoques, procesos metodológicos, instrumentos conceptuales, etc.. Este tipo de investigación es, sobre todo, un ideal muy esca­samente alcan­za­do hasta el momento.

     Naturaleza de la Transdisciplinariedad
       El verdadero espíritu de la transdisciplinariedad va más allá de todo lo que prácticamente se está haciendo hasta el presente: su meta o ideal no consiste sólo en la unidad del conocimiento, que es considerada como un medio, sino que camina hacia la autotransformación y hacia la creación de un nuevo arte de vivir. Por ello, la actitud transdisciplinar implica la puesta en práctica de una nueva visión transcultural, transnacional, transpolítica y transreligiosa (Congreso de Lucarno, Suiza, 1997).
       Con el diálogo como instrumento operativo, se pretende asimilar, o al menos comprender, las perspectivas y el conocimiento de los otros, sus enfoques y sus puntos de vista, y también desarrollar, en un esfuerzo conjunto, los métodos, las técnicas y los instrumentos conceptuales que faciliten o permitan la construcción de un nuevo espacio intelectual y de una plataforma mental y vivencial compartida. Este modelo exige la creación de un meta-lenguaje, en el cual se puedan expresar los términos de todas las disciplinas participantes, lo que los Enciclopedistas clásicos franceses (Diderot, d’Alambert, Condorcet y otros) trataron de hacer intentando dar cabida a “todo conocimiento digno de ser conocido” y lo que Umberto Eco llamó “la búsqueda del lenguaje perfecto”. También Focault (1978), en su Arqueología del saber, hace un esfuerzo mental que camina en esta misma dirección, al buscar similitudes conceptuales en disciplinas tan dispares como la economía, la lingüística y la biología, encontrando semejanzas en sus patrones de análisis y de cambio. Por ello, el modelo transdisciplinar considera que, para lograr los resultados deseados, hay que tener presente lo que nos recuerdan lingüistas, como Ferdinand de Saussure (1931), al señalar que no existe conexión alguna entre el signo y su referente, es decir, que las palabras tienen un origen arbitrario o convencional; igualmente, se considera  que es esencial superar los linderos estructurales lingüísticos que separan una disciplina de otra y, al mismo tiempo, involucrarse en un diálogo intercultural.
       Evidentemente, los resultados de esta integración no sólo serán algo más que la suma de sus partes, sino que esa sinergia tendrá también propiedades emergentes diferentes y sus componentes anteriores no podrán ser ya discernibles en ella, como tampoco podrán ser predecibles con anterioridad. De esta manera, una “ciencia” transdisciplinaria y transcendente se vuelve necesaria para entender los amplios y complejos sistemas del mundo actual, que no pueden ser relacionados simple y llanamente con un determinado marco teórico o con una o varias disciplinas particulares, aunque éstas, sin duda alguna, ayudan a complementarla.
       El ideal todo a que tiende la transdisciplinariedad y que se vuelve, como señalamos, imperativo para la comprensión de las realidades que nos ha tocado vivir, exige, por su propia naturaleza, un paradigma epistemológico holístico, cuyos rasgos principales e imagen trataremos de ilustrar a continuación.

  . Epistemología y metodología de la transdisciplinariedad
       Visión de conjunto
      Hay un hecho innegable y una lógica inexorable que se fundamenta, incluso, en el sentido común: los problemas desafian­tes que nos presenta el mundo actual no vienen confeccionados en bloques disciplinarios, sino que sobrepa­san ordina­ria­mente los métodos, las técni­cas, las estra­tegias y las teo­rías que hemos elabo­rado dentro del recinto “procustiano” de nues­tras disci­plinas acadé­micas, fundamenta­das en un enfo­que, en un abordaje, en unos axio­mas, en un método, en una visión unilateral de la polié­drica complejidad de toda realidad. Esos proble­mas nos obligan a centrarnos más en la natura­leza del objeto del conocimiento que en el método de medida. Mientras la Universidad es “disciplinada”, los problemas reales del mundo son “indisciplinados”.
       Las disciplinas académicas aisladas son menos que adecua­das para tratar los más importantes problemas intelec­tuales y socia­les. Esa separación de saberes se torna inope­rante cuando se enfrenta a la realidad concreta que vivimos. Esen­cialmente, estas disciplinas son, más bien, convenien­cias admi­nistrativas, que se acoplan bien con las necesidades de las instituciones académicas y que se perpetúan a sí mismas como organizaciones sociales. Pero cuando se enfrentan los proble­mas básicos y reales de la vida, que exigen saber cómo producir suficiente alimento para la población, cómo asegu­rarle una buena salud, cómo garantizar su seguridad perso­nal, cómo bajar el índice de inflación, cómo aumentar la tasa de empleo laboral o cómo ofrecerle una explicación del sentido del univer­so, pareciera que estas subdivi­siones disciplinarias entorpe­cen y obnubilan la visión de la solución más de lo que la ilumi­nan.
       Aunque la transdisciplinariedad ha sido sentida como una necesidad a lo largo de la historia de la ciencia, este senti­miento se manifestó de una manera particular hacia fines del siglo xx. Y esta manifestación ha tenido diferentes ex­presiones.
       En las primeras décadas del siglo xx, la meta era el logro de una “educa­ción general”, como respuesta de reforma a la tenden­cia, cada vez más manifiesta, de la fragmentación del saber, debida al incremen­to del conocimiento científico, a la apari­ción de nuevas discipli­nas, al crecimiento de la especializa­ción y a las demandas que las comunidades hacían a las universidades.
       Sin embargo, los obstáculos que se oponen al enfoque inter- o trans­disciplinario son fuertes y numerosos. En primer lugar, están los mismos conceptos con que se designa la disciplina y sus áreas particulares: así, los profesores suelen hablar de su “mundo”, su “cam­po”, su “área”, su “reino”, su “provin­cia”, su “dominio”, su “territo­rio”, etc.; todo lo cual indica una actitud feudalis­ta y etnocen­trista, un nacio­nalismo académico y un celo profeso­ral protec­cio­nista de lo que conside­ran su “propiedad” parti­cular, y esti­man como la mejor de todas las disciplinas.
       En segundo lugar, de la actitud anterior se deriva una conducta dirigida a “mantener el territorio”. De aquí, la tenden­cia de los especialistas a proteger sus áreas particu­la­res de experticia disciplinar de la invasión o intrusión de científicos de “otras áreas” en su jurisdicción académica. El mantenimiento de los linderos del propio territorio toma muchas formas: como es el exagerado uso de lenguajes formali­zados inaccesibles al profano, incluyen­do el uso de una jerga especial para confundir y excluir al intruso, para ridiculi­zarlo, y el recurso a la hostilidad abierta contra los invasores.
       En tercer lugar, a los “invasores” hay que cerrarle el paso de entrada a las revistas especializadas. Esto resulta fácil, ya que muchos consejos editoriales se distinguen preci­samente por tener en esos puestos a los profesionales más celosos de su territorialidad; es más, han llegado ahí espe­cialmente por esa singular “virtud”. Esto ha llevado a los investigadores más conscientes, a crear sus propias revistas inter- o transdis­ciplinarias y dejar a las primeras privadas de una interfe­cun­dación que podría ser muy enrique­cedora.
            La fragmentación de las disciplinas nos vuelve a todos, en cierto modo, pasivos ante un mundo que se hace incesan­temen­te más oscuro y arbitrario. Las disciplinas, que fueron originariamente instrumentos de maestría para manejar las realidades de la vida, se pueden convertir en medios de per­petua­ción de irracionalidades al aconsejar un mal uso del conoci­miento en la sociedad moderna. La solución no consis­te en desechar la acumulación de conocimien­tos que la hu­mani­dad ha logrado como si fueran un lastre pernicio­so, sino en crear nuevos sistemas para su codificación e integra­ción, donde esos conocimientos serán más verdaderos y también más útiles y prácti­cos y una herencia más rica para las gene­raciones jóve­nes.
            El mundo en que hoy vivimos se caracteriza por sus interconexiones a un nivel global en el que los fenóme­nos físicos, biológicos, psicológicos, sociales, políticos, económicos y ambientales, son todos recíprocamente interdependientes. Para describir este mundo de manera adecuada necesitamos una perspectiva más amplia, holista y ecológica que no nos pueden ofrecer las concepciones reduccionistas del mundo ni las diferentes disciplinas aisladamente; necesitamos una nueva visión de la realidad, un nuevo “paradigma”, es decir, una transfor­mación fundamental de nuestro modo de pensar, de nuestro modo de percibir y de nuestro modo de valorar. Así es como ha progresado, en un tiempo relativamente muy corto, una ciencia bastante transdisciplinar, como es la Neurociencia. Esta ciencia ha realizado una combinación interesante, por un lado, de la anatomía, la fisiología, la química, la biología, la farmacología y la genética, y, por el otro, de la psicología, el contexto social y la ética. Sabemos, igualmente, cómo la unión de biólogos y físicos logró el descubrimiento de la doble hélice, tan importante en la determinación de las funciones hereditarias. Y, así, en general, una gran mayoría de famosos descubrimientos fueron realizados por personas que emigraron de una disciplina a otra, a la cual aplicaron sus ideas previas. La UNESCO planifica y financia frecuentemente programas internacionales inter- o trans-disciplinarios: las disciplinas involucradas en los mismos son casi siempre la ecología, la educación, la economía, diferentes tecnologías y las ciencias sociales, pues son éstas las ciencias implicadas en los problemas concretos a resolver. La misma conciencia se revela en los estudios realizados por la biofísica, la astrobiología, la psicolingüística, la psiconeuroinmunología, la inmunofarmacología y otros pares o tríadas simbióticos.
            Es evidente que el saber básico adquiri­do por el hombre, es decir, el cuerpo de co­nocimientos humanos que se apoyan en una base só­lida, por ser las conclusio­nes de una observa­ción sistemática y seguir un razonamiento consis­tente, –cualesquiera que sean las vías por las cuales se lograron– debieran po­der­se in­tegrar en un todo cohe­rente y lógico y en un para­dig­ma uni­versal o teoría global de la racionali­dad. Lo fundamental es tener presente la perspectiva desde la cual se lograron.
            En consonancia con todo lo dicho, necesitamos un paradigma universal, un metasistema de referencia cuyo objetivo sea guiar la interpretación de las interpreta­cio­nes y la explicación de las explicaciones. Por lo tanto, sus “pos­tulados” o princi­pios básicos de apoyo deberán ser am­plios; no pue­den ser específi­cos, como cuando se trata de un paradig­ma parti­cular en un área específica del saber. Todo ello nos llevará hacia un enfo­que básicamente gnoseoló­gico, es decir, que trate de analizar y evaluar la solidez de las reglas que sigue nuestro propio pensamiento.
            Es de esperar que este nuevo paradigma emergente sea el que nos permita superar el realismo ingenuo, salir de la as­fi­xia reduccio­nista y entrar en la lógica de una coheren­cia inte­gral, sis­témica y ecológica, es decir, entrar en una ciencia más universal e integradora, en una “ciencia” verdade­ramente transdisciplinaria.
            Estamos poco habituados todavía al pensamiento “sisté­mi­co-ecológico”. El pensar con esta categoría básica, cambia en gran me­dida nuestra apreciación y conceptualiza­ción de la realidad. Y no debiera ser así, ya que nuestra mente no sigue sólo una vía causal, lineal, unidi­reccional, sino, tam­bién, y, a veces, sobre todo, un enfoque modular, estructural, dialéctico, gestáltico, inter- y transdisci­plinario, donde todo afecta e inte­r­actúa con todo, donde cada elemento no sólo se de­fine por lo que es o repre­sen­ta en sí mismo, sino, y especialmen­te, por su red de re­la­ciones con todos los de­más.


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